Alcoy versus Italia

Alcoy aún conserva en su piel de cemento,  nobleza y  piedra, algunas heridas de una guerra estúpida: la guerra civil española. Una guerra ni más ni menos ortopédica y absurda que cualquier otra guerra. Unas heridas que no son ni más ni menos sangrantes que las de cualquier otro pueblo de España, de cualquier otro pueblo del mundo.  
No quiero resultar cansino (que lo digo muy a menudo, casi a diario, ya lo sé), cuando advierto que nos metamos hasta las trancas en la historia con la sana intención y el juicioso deseo de no repetirla. Pero una cosa es revisar la historia y otra removerla.

Algunos bienintencionados dirigentes, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que se cumplen 75 años de los bombardeos de la aviación italiana sobre Alcoy, pretenden que el gobierno de Italia, ahora, hoy por hoy, pida perdón por sus desmanes. 

Alcoy versus Italia. Suena de puta madre. Hombre, la idea es chula, no voy a ser yo quien diga que no mola mazo pero, bien mirado y teniendo en cuenta que ni sobre los alcoyanos ni sobre todo el país están  lloviendo precisamente jamones de jabugo y, en casos extremos, ni el pan nuestro de cada día, o sea que, prioridades haberlas haylas, la ocurrencia puede llegar a resultar una boutade con más o menos gracia y ser una muy digna candidata a mitificarse y a trascender ámbitos, tanto como la famosa moral que nos hizo universales. Imaginen que lo conseguimos, que una importante representación del gobierno italiano se persona en Alcoy, se baja los pantalones y les sacudimos con el cilicio de la vergüenza en las posaderas, o sea, que piden perdón.

¿Qué sería lo siguiente…? ¿Exigir que Francia nos pida perdón por la invasión napoleónica? Me imagino a Hollande pidiendo perdón en la plaza de España, en el entarimado donde cada abril nace un castillo de mentira y donde cada navidad, un nacimiento de cartón piedra, pidiendo perdón en nombre de Napoleón. Sí, habría que imaginárselo con una mano extendida bajo la corbata, la otra en la espalda y un gorro de papel de periódico sobre la cabeza, látigo de siete colas y la espalda escarnecida al grito de: “perdóname , español, por ser pecador” (léase como si se cantara una jaculatoria).  Verán, con parecidos argumentos, España es país que debe perdones a manta de Dios. Si el actual gobierno de Italia nos pide disculpas porque el gobierno fascista italiano de hace setenta y cinco años se aliara con el sublevado español no menos fascista, debiéramos pedir perdón a América y a medio mundo por nuestro imperialismo, nuestra ínfulas y nuestro puñetero imperio donde jamás se ponía el sol.

Yo, como español y en nombre de mi país, pido perdón al mundo entero por la mala gestión de mi señora doña Isabel, alias la Católica (que gloria haya), por el sufrimiento que hubiere podido causar de resultas de su arrogancia, su chulería y su limpieza étnica. También pido perdón como español por ser descendiente directo del hombre de Atapuerca que era bruto como él sólo y daba estopa con la cachiporra y no poca destreza, a diestro y siniestro.  

Creo que es llegado el momento de dejar de marear y no dar un paso atrás ni para tomar impulso. Llegado el momento de mirar hacia delante, hacia el futuro donde aún nadie ha matado a nadie, donde aún no ha habido una guerra, donde aún no hay hambre, ni envidia, ni maldad, donde aún está por nacer el primer hideputa. Confiemos en conservarlo así, los que lleguemos a verlo y los que, sin duda lo verán. Un futuro al que podamos llamar cordura.

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