Gracias por evitar infectarme
Yendo por la calle, la mascarilla no es obligatoria a menos que no podamos mantener la distancia de 2 metros con otras personas.
Si añadimos a ello la indicación municipal de andar por nuestra derecha o el uso de los trayectos ampliados, para facilitar el paso manteniendo la distancia correspondiente.
La suma de las dos medidas municipales más la normativa del Gobierno, permite no usar mascarilla por la calle sin vulnerar con ello ningún tipo de ordenanza.
Incluso, añadiría, el poder darse la mano mediante el uso del gel antes de salir de casa y a la vuelta, especialmente cuando el uso de los guantes ahora, una más de las contradicciones, no son necesarios y antes sí.
Teniéndolo todo claro hasta aquí, nos evitaríamos hacer payasadas como cubrir la mascarilla con las manos o utilizarlas de parapeto. Lamentablemente ridículo.
Ridículo aún más y si se me permite, cuando resulta casi imposible no regresar a casa sin llevarte adherido al calzado, día a día, restos de excrementos u orines perrunos. ¿No es cierto? ¿No puede ser motivo de otra clase de infección, a pesar de ya, al parecer, considerarse normal?
Volviendo otra vez a lo de las mascarillas, cabría preguntarse sobre el motivo de que vayamos con ellas por la calle. La respuesta tan sencilla como malintencionada, sería pensar en que las Autoridades competentes experimenten con la tercera línea, es decir; primero, se da una orden –mascarilla obligatoria-, para después, la tercera línea del texto dice cuando lo es. Con ello, parece ponerse en evidencia que nuestra capacidad de atención y de compresión no va más allá de la primera línea u orden directa.
Ante tal circunstancia podríamos acabar lamentándonos de nuestra limitación, siempre y cuando se sea capaz de verla. Sin embargo, no es tan sencillo.
No es tan sencillo. El uso más o menos generalizado de la mascarilla indica a dichas Autoridades competentes el grado de miedo de la población; indica, también, el grado de sumisión a ellas, simbolizando, a su vez, el “que esto no ha acabado aún” y el “boca cerrada”.
Ha transcurrido una primavera sin poder ver las sonrisas de otras personas, augurándose un verano con la misma falta. Un verano ausente de sonrisas femeninas.