Plus de productividad docente

Resulta estimulante, y un ejemplo a seguir, encontrar a personas que, a una edad avanzada en la que se las supone ocupadas recogiendo a los nietos del colegio, dándoles la merienda en el parque o ayudándoles con los deberes escolares, se encuentran activas en el tajo profesional. Pienso en Jeremy Corbyn, nuevo líder del laborismo británico, a quien seguí de cerca el verano pasado, y en José Antonio Marina, cada vez que le escucho, y que últimamente se encuentra en todos los papeles. El filósofo español tiene 76 años e imagino que será superemérito —tenemos también rey y papa en ese estado— en su instituto, pese a que esa figura no se contempla en la legislación de la educación secundaria.

Admiro a José Antonio Marina por su valentía en decir las cosas; es más, suscribo su propuesta, que tanto revuelo ha suscitado, consistente en supeditar el salario docente a los resultados obtenidos; es decir, a mejor profesor, salario más alto. Yo llevo años con una prédica parecida, y sin resultados tangibles: no es bueno para el sistema educativo tener a los profesores sin incentivos en carreras docentes que se alargan de treinta a cuarenta años. Lo he puesto en conocimiento del inspector de centro, del director territorial, del conseller del ramo y del mismo ministro de Educación. Ni caso, como no podría ser de otra manera. Llevo cinco años jubilado y aún estoy esperando a que evalúen, aunque lo había solicitado varios años antes de la jubilación, acogiéndome a las disposiciones vigentes en aquel momento.

La propuesta que yo le remito al filósofo es aún más drástica que la que él propone: abolición de oposiciones, abolición de funcionarios docentes y evaluación periódica de aquellos profesores que forman el claustro. Más difícil aún: evaluación incluso del concejal de educación, del inspector de centro hasta llegar al ministro de Educación.

No entiendo cómo nos gusta el pop y el rock de Reino Unido y no adaptamos algunos puntos de su sistema educativo. Los resultados superfinales no se miden en PISA, sino en los premios Nobel. No se asusten, por tanto, del desglose de lo que supondría una revolución es nuestro país, a saber: cuerpo profesional de directores (nada de democracia barata en la que la comunidad educativa elige al director); directores que elijan a los claustros con los que van a llevar a cabo un proyecto educativo, selección —después ya vendrá el capítulo de la evaluación— de los profesores mediante entrevistas por miembros del departamento, por el jefe de departamento, por el jefe de estudios y por el director. De este modo, por la cuenta que les tiene a los directores a la hora de rendir cuentas, ya procurarán poner interés y atinar en la elección de los candidatos y olvidarse de los consabidos nepotismos. Llegada la hora de la evaluación del profesor con vistas al ascenso de escalafón e incremento salarial, y una vez realizadas las observaciones y comentarios del alumnado y de los padres implicados de alguna manera en centro, entonces pondríamos sobre la mesa el famoso portfolio al que Marina alude —el portfolio también tiene tradición en Finlandia: yo mismo aprendí su filosofía en ese país y lo constaté en la práctica en diferentes niveles educativos—. El portfolio es una forma moderna de referirse al CV: los cursos de formación y proyectos de innovación que tienen relación directa con la materia de la que uno es titular o incidencia clara en el proyecto de centro, entre otros. Si no hay avances significativos tras varias oportunidades, el profesor podría ser despedido y este se encontraría libre para llamar a la puerta de otro centro en busca de trabajo. Esto supone el fin del funcionario como miembro de una casta intocable. Supongo que les suena lo de la casta.

Estas directrices supondrían la defunción de los sexenios automáticos actuales que repercuten en el aumento salarial de los profesores. Con una carrera docente de estas características todo el mundo podría, si le interesa, llegar a catedrático, que es la única oportunidad de promoción que el sistema actual ofrece al que realmente tiene interés en mejorar la situación de partida. Así, se acabarían los sexenios ridículos a los que se tienen que aportar cien horas de formación cada seis años, sean de bailes africanos, de cerámica, o por formar parte del coro del centro o hacer teatro, por muy encomiables y respetables que sean todas estas y otras actividades. Quien lo prefiera, puede jugar a tenis por las tardes, trabajar en una ONG, o dedicarse a actividades profesionales en las que se obtienen más ingresos que los que obtendría en todos los tramos de sexenios actuales. Este es un país libre. Ya sé que habría gente que aun queriendo no podría hacerlo (obligaciones familiares diversas), etcétera, pero facilitaríamos las cosas a quienes desean cambiar (mejorar) la situación de la que partieron y que están en el mundo de la educación por vocación y no esperando el día de la jubilación.

(Continuará).

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