Bob Dylan, un Nobel terrenal

Desde hace años Bob Dylan figuraba en las quinielas del Nobel: la última la escuché, medio en broma, en la tertulia temática de 24 horas de RNE del lunes 10 de octubre. Mientras de fondo sonaba Hurricane, los contertulios nombraron también los siguientes candidatos: Adonis, Murakami, un keniata de nombre impronunciable, Philip Roth, John Berger, Richard Ford, Javier Marías, Ian McEwan, Mircea Cartarescu, entre otros.

Mi primer contacto con el universo Dylan se remonta al verano de 1968 cuando escuché la canción Blowin´ in the wind en versión catalana (Escolta-ho en el vent) —la apropiación eclesiástica de Saber que vendrás, a cargo de Ricardo Cantalapiedra, sería bastante posterior—.

La canción hablaba de temas de los que yo no había oído antes en una canción, y cada uno de sus versos podía ser el tema de una nueva canción. La aprendí, junto con muchas otras, de mi amigo Joan Albiñana, que durante un año se había empapado de lo que sucedía en Cataluña aquellos años. Otras canciones dylanianas que cantábamos a finales de los sesenta eran: Déu al nostre costat, Els temps estan canviant, El dia que el vaixell vindrà, Una gran pluja molt aviat caurà, La noia del país del nord, y otras que venían incluidas en dos discos, hoy inencontrables: Festival Folk y Folk 2, editados por Als 4 vents. Algún día se tendrá que reconocer la labor de un puñado de cantantes catalanes (Jaume Arnella, Albert Batiste, Pau Riba, Xesc Boix, Joan Boix, Ramón Casajoana, etc.) en traducir, adaptar y hacernos llegar lo que pasaba en los sesenta en el mundo musical americano: Pete Seeger, espirituales negros, Bob Dylan, Peter, Paul & Mary, Joan Baez, etc.

La academia sueca se ha inclinado este año por un Nobel terrenal, alejándose de toda intelectualidad de la que a veces se le acusa, y elevando así la poesía de un cantautor americano a la misma categoría de las producciones de novelistas y dramaturgos reconocidos. Dejando a un lado la guitarra acústica y la tradición de la que parte (Woody Guthrie, John Lee Hooker, Hank Williams, etc.), un buen día, acusado de traidor a la causa, empuña una guitarra eléctrica, y ahí lo tenemos hasta nuestros días, vivito y coleando. “Well, they’ll stone ya when you’re trying to be so good / They’ll stone ya just a-like they said they would / They’ll stone ya when you’re tryin’ to go home / Then they’ll stone ya when you’re there all alone / But I would not feel so all alone /Everybody must get stoned. (Rainy Day Women #12 & 35). Es decir, hagas lo que hagas, te van a apedrear de todos modos.

Desde principios de los setenta sentí inclinación por hurgar en los textos dylanianos y acumulé varios libros de letras e incluso el Chronicles Vol. 1 (2004) Letras metafóricas, a veces surrealistas e introspectivas, que se apartaban de los caminos trillados que abundan en el universo del rock, y también sobre cuestiones políticas y de calado social, búsqueda religiosa, derechos civiles, etc., es decir canciones comprometidas y con mensaje. Siento predilección por los primeros discos, desde The Freewheelin´ hasta Blonde on Blonde (1966), es decir, discos de hace más de cincuenta años; más o menos aquel tiempo en que dejaron de leernos el Evangelio en latín. La producción dylaniana posterior, a excepción de dos o tres discos, no me llega. La etapa cristiana del cantautor me deja indiferente, pero sobre gustos no hay nada escrito.

¿Mi opinión sobre el Dylan de los últimos años? Un hombre de negocios que ha sabido sacar partido perspicazmente a su obra, vendiéndonos bootlegs con tomas que en su día se descartaron, cantándonos villancicos americanos y, desde hace unos años, pásmense ustedes, desempolvando el cancionero de Frank Sinatra. Lleva grabados tantos discos como obras escribiera Shakespeare hace cuatrocientos años, pero es de la misma raza que los Rolling Stones, esos seres que no conocen la jubilación —¡más de cincuenta años sobre los escenarios!—, y que en vez de dedicar un tiempo al relax y a pasear a los muchos nietos oficiales y extraoficiales, prefieren la práctica de la nostalgia y el ejercicio del patetismo. Los que tenemos cierta edad ya hemos cumplido con la liturgia de los tiempos que nos tocaron vivir, creo. Vi a Bob Dylan por última vez en el Poble Nou de Barcelona en el verano de 1995.

Hoy continúa igual de antipático, distanciado y hermético que el primer día. Pero le llega el tiempo de los reconocimientos y de la sonrisa forzada. En su momento estuve tentado de hacer una tesis sobre Dylan, pero la balanza se inclinó del lado de Shakespeare. En fin.
Quien más quien menos ha versionado a Dylan. Véase, como ejemplo, The 30th Anniversary Concert Celebration. A mi aún se me ponen los pelos de punta cuando escucho los primeros 25 segundos de la versión que Jimi Hendrix hizo de All Along the Watchtower. No es de extrañar que Dylan desistiera de cantar su propia composición tras la versión de Hendrix. “Tiene que haber algún modo de salir de aquí,” dijo Mariano Rajoy a Javier Fernández, / “Hay demasiada confusión y no logro tranquilizarme. / Los de Ciudadanos se beben mi vino, los de Podemos escarban tu tierra, / […] Hay mucha gente aquí que cree que la vida es solo un chiste, / Pero tú y yo ya hemos pasado por ahí, y ese no es nuestro destino, / Así que hablemos en serio, se está haciendo tarde”.

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